martes, 31 de marzo de 2009

Estilo de apego, personalidad y psicopatología.

Autoestima

En general, los seguros tienen una autoestima más alta y se ven a sí mismos como amistosos, afables y capaces. Aunque tanto los seguros como los evasivo-devaluadores tienen niveles de autoestima más altos que los demás, en los seguros ésta deriva, principalmente, de la buena opinión que los demás suelen tener de ellos, mientras que en el otro grupo deriva de sus habilidades y competencias.

Los ansioso-ambivalentes se consideran a sí mismos poco inteligentes e inseguros y los evasivos se describen como suspicaces, escépticos y retraídos.

Psicopatología

La psicopatología es más frecuente en personas con un estilo inseguro. Los depresivos suelen entrar en la categoría de ansiosos o temerosos. Personas con problemas como bulimia o anorexia nerviosa tienen también más probabilidades de ser inseguros, así como los hijos de padres alcohólicos.

Maltrato y violencia

Los ansiosos tienen más probabilidades de imaginar actos violentos, que parecen derivar del malestar que sienten con parejas que frustran sus intensas necesidades de amor.

Entre los hombres que maltratan a sus parejas se vio que es mayor el número de ansioso-ambivalentes y temerosos (los dos grupos que presentan niveles más altos de ansiedad). Ambos grupos tenían también más probabilidades de verse envueltos en relaciones que implicaban agresividad por parte de ambos miembros de la pareja.

La rabia que acompaña al apego ansioso entre adultos parece extenderse al modo en que tratan a sus hijos, de manera que los padres que maltratan a sus hijos tienen más probabilidades de ser categorizados como inseguros.


Los inseguros, en general, hacen interpretaciones más negativas de los conflictos y tienden a experimentar más ira, mientras que los evasivo-rechazadores tienden a reprimirla o negarla y tratan de presentar una imagen positiva de sí mismos, aunque, en términos generales, los inseguros se enfadan más, expresan su ira de modo más destructivo y sufren más emociones negativas.

Vinculación ansiosa.

Vinculación ansiosa.

La pasión

Los ansioso-ambivalentes se aferran a su pareja, quieren formar parte de ella como si temieran que se les pudiera escapar de un momento a otro. Todavía llevan dentro al niño que se volvía continuamente para comprobar que su madre seguía allí y no se atrevían a alejarse demasiado de ella. Es una persona que te va a querer mucho (a veces puedes pensar que demasiado) pero también te va a pedir mucho y exigirá tu atención más de lo que lo haría una persona segura. Necesitará que le pruebes tu amor continuamente y verá la relación amenazada fácilmente, por lo que puede mostrarse celoso y enfadarse a menudo.

Vigila sus estallidos

Debido a que son los más propensos a los estallidos emocionales, podrías encontrarte con ataques de celos y agresividad. (En los evasivos también pueden producirse estos estallidos debido a que tienden a reprimir sus emociones hasta que no pueden más). Ten cuidado de no caer en una trampa de la que puede ser difícil salir: puedes estar con una persona que te quiera mucho y de verdad pero que al mismo tiempo te hace sufrir debido a su inseguridad unida a la gran necesidad que tiene de tenerte a su lado. Ese amor y esa dependencia podría hacer que siguieras con él o ella y mantenerte en una relación destructiva. Si está siendo así no dudes en cortar la relación. Por supuesto, incluso entre las personas con una vinculación de este tipo existen diferencias individuales y no necesariamente tiene que conducir a una relación problemática

Dale seguridad


Presta atención a tu pareja y procura ser sensible a su estado de ánimo y saber cómo se siente. Ten en cuenta que necesita una gran seguridad y que va a tener más probabilidades que una persona segura de interpretar un determinado gesto inocente hacia otra persona como un intento de flirteo y, por tanto, una amenaza a vuestra relación. No te lo tomes a mal, presta atención a lo que te dice y explícale con calma y palabras tranquilizadoras que se ha equivocado.

Vinculación evasiva

Cuando te vas...

La reacción de tu pareja ante la posibilidad de una separación (por ejemplo, cuando uno de los dos tiene que pasar unos días fuera por motivos de trabajo) te ayudará a hacerte una idea de lo segura o insegura que se siente tu pareja. Los que estén en las categorías de evasivos temerosos y de ansioso-ambivalentes se sentirán preocupados ante la separación, pero reaccionarán de manera distinta. Si pertenece al primer grupo no expondrá sus temores ni te dirá cómo se siente ante la perspectiva de que te alejes, incluso aunque piense que si le quisieras de verdad te olvidarías de ese "absurdo cursillo". Tú, sin enterarte de nada de lo que pasa por su mente, creerás que no hay ningún problema y podrías encontrarte al volver con un rechazo por parte de tu pareja cuyo origen desconoces. Si conoces el estilo de vinculación de tu pareja y tienes en cuenta todo esto podrás intentar hacerle hablar antes de irte y tratar de darle seguridad. Los del grupo ansioso tratarán de impedir que te vayas y puede que incluso tiendan a enfadarse. No te dejes arrastrar por sus emociones o sus posibles estallidos y trata de explicarle con calma cuáles son tus motivos y recordarle que tus sentimientos son sinceros y estables.

Vinculación evasiva.

Paciencia

Iniciar una relación con alguien que manifiesta desconfianza y distanciamiento desde el principio puede resultar difícil. Se trata de una persona que necesitará tiempo antes de empezar a hablar de sí misma. Los evasivos se muestra reservados y es posible que tengas la sensación de que pasa el tiempo y sabes muy poco de él o ella. Trata de indagar (si te deja) en sus anteriores relaciones de pareja y en el comportamiento de sus padres durante su infancia. Procura mostrar siempre un comportamiento estable y seguro.

No le ates demasiado

No le niegues la libertad y la independencia que necesita y no pienses que con el tiempo conseguirás que cambie. Ten en cuenta que no estás manteniendo una relación con la persona que podría llegar a ser sino con la que es en este momento. Acepta a tu pareja tal como es. Es importante tener claro lo que buscas en tu pareja y lo que ésta puede darte.

Los evasivos dan poco y piden poco.


Averigua si a pesar de no pedir mucho de ti, en el fondo está esperando que le des más o si prefiere mantener cierta distancia e independencia. Si lo que sucede es que pide poco (apoyo, intimidad, contacto físico, etc.) debido a que teme o espera un rechazo, ten esto presente y demuéstrale que estás disponible y que no es rechazo lo que va a obtener de ti. La consistencia y la estabilidad en tu comportamiento pueden ser claves a la hora de relacionarte con este tipo de personas (si bien esto es algo importante con cualquier tipo de vinculación insegura).

Cuidado con lo que esperas...

Cuidado con lo que esperas...

Cuando se encuentran en situaciones ambiguas, los individuos ansiosos tienden a hacer interpretaciones más negativas sobre la conducta de su pareja que los seguros (por ejemplo, pueden pensar que si su pareja se separó de ellos en un aeropuerto fue a propósito y no porque se despistara).

Este tipo de interpretaciones puede hacer que con el tiempo vaya disminuyendo el grado de confianza mutua. Una persona que entra en una relación con expectativas de seguridad estará más predispuesta a buscar el apoyo de su pareja y provocar en ella la respuesta que desea, mientras que una persona predispuesta a esperar un rechazo podría mostrarse tan evasiva con su pareja que al final ésta acabara rechazándola, lo cual confirmaría sus expectativas y le evitaría la molestia de tener que plantearse sus creencias y cambiarlas por otras, aprender nuevas formas de amar, nuevos estilos de comportamiento, etc. Lo que sucede es que para algunas personas es más cómodo buscar una realidad que se ajuste a sus expectativas que cambiar sus creencias para ajustarlos a una nueva realidad, incluso aunque ésta sea más deseable. De este modo, se ha visto que muchas personas acaban manteniendo tipos de relaciones que confirman sus creencias a pesar de que, como la mayoría, prefieran, a la hora de enamorarse, una persona atenta y cálida que sepa responder a sus necesidades.

IV. Cómo tratar a tu pareja

Cómo tratar a tu pareja en función de su estilo de vinculación.

Descubre su estilo.

Lo primero que tienes que hacer es, por supuesto, descubrir dicho estilo, aunque es aconsejable que esto lo hagas una vez que conozcas el tuyo, pues si tienes, por ejemplo, un estilo ansioso, puede que estés demandando más atención y cariño a tu pareja de lo que suele ser habitual y puedes pensar que tu pareja te evita cuando lo que sucede en realidad es que le estás pidiendo demasiado. Céntrate en su forma de comportarse contigo. ¿Expresa sus problemas y su malestar o los oculta y evita hablar de sus sentimientos? ¿Evita el contacto físico más de lo que suele ser habitual en la mayoría de las parejas? ¿Muestra demasiados celos? Utiliza las descripciones dadas de los distintos tipos de vinculación para tratar de encontrar dónde encaja tu pareja.


Lo ideal es que hagáis esto entre los dos, tratando de descubrir juntos cuál es vuestra forma de relacionaros, cuáles han sido vuestras experiencias en el pasado, tanto en la infancia como en la edad adulta y cómo pensáis que han influido en vosotros y en vuestra relación. Escuchad lo que cada uno piensa del otro y hablad sobre ello.

Vínculo afectivo ansioso-ambivalente.

El amor-odio

Las personas con este tipo de vinculación suelen manifestar emociones más intensas, tanto positivas como negativas: más celos, más pasión y mayor deseo de fundirse con la pareja, siendo más proclives a los extremos emocionales. Tienen un gran deseo de proximidad y sienten gran ansiedad ante la posibilidad de un rechazo. Son conscientes de que desean intimidad en un grado mayor que la mayoría de la gente y piensan que esto a veces asusta a los demás. A menudo les preocupa que sus parejas no los quieran realmente. No se dan a conocer fácilmente y suelen tener bastantes dudas sobre sí mismos. Piensan que es fácil enamorarse y que hay pocas personas que deseen comprometerse tanto como ellos. Tienen más probabilidades que los demás de afirmar que en sus relaciones hay menos amor, compromiso y respeto mutuo. Sienten más rabia y hostilidad hacia sus parejas después de un conflicto.

Cuando no se olvida

Los ambivalentes tienden a estar confusos acerca del impacto de sus relaciones afectivas en la infancia y sus relaciones actuales con sus padres están marcadas por rabia continua o por intentos de complacerles, estando aún atrapados en los problemas que tuvieron con sus padres durante la infancia. Suelen enfadarse cuando hablan de dichas relaciones y sus recuerdos son contradictorios. Dan la impresión de tener algún conflicto sin resolver con sus padres.

Estabilidad y cambios en el estilo de vinculación: cuando el tiempo pasa.

El grupo seguro es el más estable. Sin embargo, un estudio realizado mostró que los seguros que habían roto con su pareja tenían más probabilidades de considerarse inseguros cuatro años más tarde.

Con el tiempo, los dos miembros de la pareja se van sintiendo menos preocupados en los temas relacionados con el amor, de forma que cuanto más tiempo están juntos menos ansiedad sienten respecto a su relación. Ambos se vuelven también más similares entre ellos respecto a su tipo de vinculación y también pueden cambiar, a través de sus diversas experiencias, los estilos aprendidos en la infancia. Por ejemplo, si una persona que comienza una nueva relación con un estilo seguro se encuentra con una pareja que no le da suficiente apoyo, de quien no obtiene el grado de intimidad que necesita o que la rechaza, puede ir volviéndose más insegura en su relación conforme pasa el tiempo. De modo inverso, si una persona que estableció una vinculación ansiosa en la infancia desarrolla una relación con alguien que le da seguridad, le enseña con su comportamiento que algunas personas están ahí cuando las necesita y muestra un conducta estable, puede estar ayudando a su pareja a cambiar hacia un estilo más seguro.


De hecho, incluso en los niños más pequeños puede producirse un cambio en sus patrones de vinculación, sobre todo si la madre modifica su comportamiento de manera consistente (no sólo una o dos veces).

Estilos de vinculación en los adultos.

Vínculo afectivo seguro.

Estas personas se sienten a gusto en las relaciones, las valoran y pueden mostrar tanto intimidad como autonomía.

No temen a la proximidad y son los que más probabilidades tienen de sentirse felices y confiados en sus relaciones. No les preocupa en exceso el rechazo o estar solos y experimentan baja ansiedad ante la posibilidad de una ruptura. Se sienten cómodos con la dependencia que suele implicar una relación íntima. Buscan más apoyo de sus parejas cuando las necesitan que los inseguros y también les dan más apoyo. Expresan abiertamente sus preocupaciones y no suelen usar estrategias defensivas o destructivas para solucionar los problemas, sino estrategias de resolución de conflictos que impliquen compromiso. Ven a sus parejas de forma más positiva que los inseguros tras una discusión, de manera que los problemas en la relación pueden proporcionar a los individuos seguros una oportunidad para construir la confianza mutua, mientras que en los inseguros incrementa las dudas e inseguridades. Piensan que gustan a la gente y que la mayoría de la gente tiene buen corazón. Creen que el amor romántico puede durar. Sus relaciones se caracterizan por una mayor duración, confianza, compromiso e interdependencia que en los inseguros.

Vínculo afectivo evasivo.

La huida.

Temen la proximidad, desconfían de los demás y no se sienten a gusto con la intimidad y la dependencia. Afirman que a menudo sus parejas desean más intimidad de la que ellos pueden darles. Se consideran personas que no se dan fácilmente a conocer. Piensan que el amor romántico rara vez perdura y que es raro encontrar a alguien de quien poder enamorarse. Para ellos es muy importante la independencia y la autosuficiencia. En los momentos de estrés, temor, etc. tienden a buscar menos apoyo de sus parejas cuanto mayor sea su nivel de estrés o ansiedad, al contrario de lo que sucede con los individuos seguros. A pesar de esto, pueden sentirse mejor cuando su pareja les da su apoyo. Del mismo modo, cuanto peor se sienta su pareja menos apoyo le darán. Sin embargo, aunque estas personas dan poco, piden poco y huyen de la intimidad, esto no quiere decir , necesariamente, que algunos de ellos no deseen las tres cosas. Simplemente se trata de estrategias defensivas debidas a que en el fondo esperan ser rechazados tarde o temprano.

Mejor no recordar: sacar de la mente el odio y el amor

Cuando se les pidió que recordaran algo triste, las personas con este tipo de vinculación hablaron de acontecimientos que contenían solamente elementos de tristeza pero no de ansiedad o rabia, que tendían a estar presentes en los recuerdos de personas con vinculación segura y, sobre todo, en los ambivalentes. También tardaron más tiempo que los demás en recordar momentos en los que se sintieron ansiosos o amados en sus actuales relaciones. Es decir, estas personas tienen tendencia a alejar de su mente o minimizar cualquier cosa que tenga que ver con sus relaciones de pareja. Así mismo, evitan más los besos, las caricias, hablar abiertamente sobre los sentimientos, mirarse fijamente a los ojos, etc.

Dos tipos de evasivos

Dentro de este patrón se han descrito dos categorías, debido a que se vio que se utilizaban principalmente dos formas distintas de evitación, que recibieron el nombre de estilo temeroso y estilo devaluador. Si bien ambos tienden a evitar la intimidad por temor al rechazo, las personas del primer grupo viven esto con una ansiedad alta y temen que sus parejas les hagan daño, mientras que los devaluadores adquieren este patrón para mantener una sensación de autosuficiencia e independencia y tienen un nivel de ansiedad bajo. Son los que tienen más facilidad para reprimir pensamientos y sentimientos perturbadores, mientras que los temerosos no son capaces de conseguirlo, aunque lo intenten.


Debido a esta tendencia a olvidar los aspectos más desagradables, estas personas tienden, en ocasiones, a idealizar a sus padres, a quienes pueden describir como maravillosos, pero sin poder aportar datos (como recuerdos específicos) que lo demuestren. Los evasivos temerosos, en cambio, suelen tener una imagen despectiva de los padres.

Enamorarse: ¿Lazos de amor seguros o inseguros?

Algunas personas no quieren intimar demasiado. Otras quieren fundirse con su pareja. Hay quien tiene miedo al amor y otros no pueden vivir sin él. ¿A qué se deben estas diferencias?

La vinculación afectiva en adultos.

La forma de amar en los adultos guarda relación con los patrones de vinculación infantiles. Por ejemplo, los adultos, generalmente, se sienten más seguros cuando su pareja está cerca y es accesible y responde a sus necesidades. Muchas personas se implican en más proyectos de los que realizarían sin su pareja, se sienten más seguros a su lado y tienen la sensación de que pueden hacer más cosas y llegar más lejos si tienen el apoyo de su pareja. Cuando una persona se siente estresada, enferma o amenazada, utiliza a su pareja como fuente de seguridad, protección y consuelo. La principal diferencia entre la vinculación afectiva en adultos y en niños consiste en que entre los adultos las relaciones suelen ser simétricas, de modo que ambos intercambian sus papeles a la hora de dar y recibir apoyo (cualquiera de los dos puede ser el que en un momento dado esté estresado o deprimido y necesite que su pareja lo mime un poco), mientras que en la relación niño-adulto es este último el que protege y da seguridad al niño. Y, por supuesto, la sexualidad es otra parte importante dentro de las relaciones de pareja, y aunque el afecto y el sexo pueden ir por separado, generalmente se influyen mutuamente.

Repitiendo patrones

La manera de amar y expresar afecto aprendida en la infancia puede repetirse después, a lo largo de los años. Por ejemplo, un niño que no ha sido querido por sus padres, pensará que no lo va a querer nadie o que no es digno de amor. Esta creencia, formada a una edad muy temprana, permanecerá a través del tiempo, arraigada en el subconsciente, mientras no suceda algo que la modifique, y puede activarse de forma automática e inconsciente durante la formación de posteriores lazos afectivos (durante la adolescencia, por ejemplo) llevándolo a actuar de la manera aprendida en la infancia.


Existen tres tipos de vinculación afectiva en los adultos, agrupadas en dos categorías: vinculación segura y vinculación insegura. Esta última incluye las vinculaciones evasiva y ansioso-ambivalente.

En la siguiente página veremos los estilos de vinculación en los adultos.

¿Cómo se comportan los padres que establecen vinculaciones seguras?

Aunque los estudios se han centrado principalmente en las madres por ser en la mayoría de los casos sus principales cuidadoras, las siguientes pautas pueden aplicarse por igual a ambos progenitores.

Las madres de niños con vinculaciones seguras son más sensibles a las necesidades de sus hijos.

Responden de una manera apropiada y en el momento apropiado (por ejemplo, responder a la señales del bebé para detener, acelerar o disminuir la alimentación).

Apoyan al niño cuando quiere separarse de ellas y explorar el ambiente y le dan protección y seguridad cuando la necesita.

Dejan libertad al niño para elegir sus juguetes y establecer su propio ritmo de juego sin inmiscuirse o tratar de controlarlo; es decir, cooperan con la conducta del niño, en vez de interferir.

Muestran disponibilidad, paciencia y consistencia en su comportamiento.

Mantienen un clima afectuoso y positivo para la interacción.

Expresan más emociones positivas y menos negativas.

Saben bastante sobre sus hijos.

Disfrutan abrazándolos.

Otros factores que pueden influir en la calidad del apego

Relaciones entre los padres. Cuando son buenas es más probable que los hijos presenten un apego seguro. Los conflictos que quedan sin resolver entre ellos pueden afectar a la salud emocional de los niños.

El que exista o no un compañero sentimental no influye necesariamente en la seguridad del vínculo. Lo importante es la calidad de la relación dentro de la pareja y, en familias monoparentales, el comportamiento hacia el hijo y la capacidad para ocuparse de él adecuadamente. Por supuesto, tener el apoyo de otra persona (pareja, amigo, familiar...) siempre puede venir bien a la hora de criar a un hijo.

Acontecimientos estresantes. Algunos estudios han comprobado que los ansioso-ambivalentes han sufrido más acontecimientos desagradables en sus vidas, como malos tratos, enfermedades graves, abuso sexual, muerte de un progenitor y divorcio de los padres a una edad temprana. Los sucesos negativos aumentan la probabilidad de desarrollar un apego inseguro incluso aunque el comportamiento de los padres con el niño sea el adecuado.


Los hijos de madres drogadictas tienen más probabilidades de desarrollar un apego desorganizado, debido principalmente a la forma que tienen de comportarse estas madres: tienen más probabilidades de abandonar, rechazar o maltratar a sus hijos, son más insensibles a sus necesidades y los tocan y acarician menos. Sin embargo, si la madre abandona las drogas tras el nacimiento de su hijo, éste puede llegar a desarrollar un apego seguro.

¿Por qué estas diferencias?

Los tres últimos patrones reciben el nombre de inseguros y se forman cuando los niños se encuentran con rechazo, amenaza o inconsistencia paterna, que lo dejan en un estado de ansiedad ante la respuesta de sus padres en caso de que surgieran problemas. El niño trata de reducir esta ansiedad adaptándose como puede al comportamiento de la madre o padre. Se trata, por tanto, de un modo de actuar estratégico dentro de la relación. Por ejemplo, un niño que ha sido rechazado al intentar establecer una vinculación desarrolla un patrón de evitación. Cuando se encuentra en una situación estresante evita el contacto e incluso mirar a su madre, tratando de minimizar su ansiedad y evitar el rechazo que espera de ella. Por tanto, el comportamiento de los padres es muy importante a la hora de establecer un vínculo seguro, aunque tampoco puede descartarse la influencia de la forma de ser innata de los niños.

El comportamiento de los padres.

Las investigaciones han encontrado patrones de comportamiento en ambos padres que se corresponden con los estilos de vinculación de sus hijos. Así, la clasificación segura está relacionada con padres disponibles, sensibles y que responden a sus necesidades.

Las clasificaciones evasivas están relacionadas con el rechazo hacia el niño. En el hogar suelen mostrar ira, resentimiento e irritabilidad, castigo físico, regañinas continuas y constante oposición a los deseos del niño. A veces estos padres mantienen poco contacto físico con sus hijos, pero cuando lo hacen es de forma demasiado intensa, son entrometidos y agobiantes.

La clasificación resistente o ambivalente está relacionada con recuerdos de padres que no daban cariño ni se implicaban, incluso cuando afirman haber tenido padres estupendos; o con padres que se muestran inconsistentes, impredecibles e intrusivos. A veces pueden ser cariñosos con sus hijos de forma caprichosa y poco después mostrarse indiferentes. No tienen en cuenta las señales del niño y pueden entrometerse en sus juegos justo cuando al niño no le apetece o está ocupado con otra cosa. El sentimiento de que sus padres eran injustos puede ser característico de este grupo.


Por último, el apego desorganizado es frecuente en niños de madres con síntomas depresivos graves que tienen escasos recursos económicos y sin servicios de apoyo, en hijos de madres alcohólicas y drogadictas y en niños maltratados o que sufrieron abusos. (Un 76% de los niños que han sufrido abusos presenta este patrón).

Patrones del vínculo afectivo en niños

Vínculo afectivo de seguridad.

Cuando están con la madre, los niños más pequeños se acercan y se alejan de ella continuamente y le muestran juguetes o la saludan desde lejos. Se entristecen y protestan cuando son separados de sus madres y la buscan. Cuando ella regresa se alegran y buscan su contacto. Después vuelven a sus niveles habituales de juego rápidamente. Son niños que suelen cooperar y mostrar poca agresividad. A la edad de preescolar la relación con sus padres es íntima y relajada.

Vínculo afectivo de evitación.

Mientras están con la madre se centran en el juego sin incluirla a ella, con quien se muestran indiferentes o evasivos. Parecen indiferentes a la separación. Rara vez lloran cuando la madre se va y cuando regresa evitan mirarla y la evitan también a ella. Se mantienen alejados de ella incluso cuando la necesitan. A la edad de preescolar se relacionan lo menos posible con sus padres y tienden a ignorarlos.

Vínculo afectivo resistente. (También llamado ambivalente o ansioso)

Cuando están con la madre se relacionan poco con ella y si lo hacen es mostrando una conducta ambivalente, de aproximación y rechazo. Les resulta difícil separarse de ella y sus niveles de juego son bajos. Después de la separación se muestran muy ansiosos y alterados, lloran mucho pero se quedan pasivos y no la buscan. Cuando regresa, se muestran ambivalentes. Es decir, pueden buscar su contacto pero chillar y patear al mismo tiempo. Si los cogen en brazos se muestran pasivos, enfadados o intentan que los dejen en el suelo. No exploran mucho y no se les consuela fácilmente. Es difícil que vuelvan a sus niveles anteriores de juego. A la edad de preescolar manifiestan falta de autonomía y una dependencia de los padres que exageran mediante un comportamiento inmaduro de búsqueda de apoyo o mostrándose seductores.

Vínculo afectivo desorganizado-desorientado.

Muestran comportamientos contradictorios e inconsistentes. Saludan alegremente a la madre cuando regresa pero luego se alejan de ella o se aproximan sin mirarla o parecen aturdidos durante el reencuentro. Cuando tienen miedo de un extraño se alejan y apoyan la frente en la pared aunque la madre esté cerca. Realizan movimientos repetitivos de balanceo o posturas extrañas, como acurrucarse en el suelo. También pueden tener miedo a los padres (alejarse corriendo, esconderse, ofrecerle objetos desde lejos y con los brazos tensos, como si temieran acercarse demasiado).


A la edad de preescolar tratan de controlar a los padres para intentar compensar de esa forma la ausencia de un ambiente predecible y estructurado que suele ser muy importante para los niños. A veces puede darse una inversión de roles, actuando el niño como si fuera el padre o madre y tratando de dirigirlos, cuidarlos, organizarlos y castigarlos.

¿Cómo se desarrolla el afecto a través del tiempo?

1. Antes de los dos meses, los bebés se consideran uno con el mundo y responden del mismo modo ante cualquier persona.

2. Hacia las ocho a doce semanas aparecen las primeras señales de cariño: lloran, sonríen y balbucean más ante la madre que ante otra persona.

3. A los 6 o 7 meses empiezan a mostrar ansiedad ante los extraños y buscan a su madre para que les dé seguridad.

4. Hacia los 9 o 10 meses suele aparecer la ansiedad de separación, que perdura hasta los 2 o 3 años. Forma parte del desarrollo normal del niño y sucede porque ya es plenamente consciente de que es un ser independiente y separado de su madre y el mundo.

5. Durante el periodo que va de los 10 a los 18 meses la principal actividad de los niños consiste en explorar el mundo. Pero esta exploración implica también inseguridad; puede sentir miedo y verse amenazado por el ambiente que le rodea. Por eso, antes de adentrarse en el mundo, necesita saber que hay alguien que lo protege y a quien puede recurrir en caso de necesidad y que le dará su apoyo y consuelo. Por tanto, si el proceso no ha sido adecuado, pueden tener problemas a la hora de lanzarse a descubrir el mundo. La unión con la madre se manifiesta aquí en forma de continuas comprobaciones para asegurarse de que está cerca, entrelazadas con constantes incursiones y exploraciones del ambiente. Este dilema (permanecer junto a la madre frente a explorar) también puede dar lugar a conductas contradictorias. El niño puede seguir a sus padres como una sombra y pegarse a ellos como una lapa y más tarde salir disparado como una flecha tanto alejándose de ellos como en su busca..

II. Niños: aprendiendo a amar.

Aunque todos nacemos con la capacidad para amar, tenemos que aprender la forma adecuada de hacerlo. Este aprendizaje comienza en la infancia, con nuestros padres, y se extiende durante toda la vida.

Para estudiar los lazos de amor entre madre e hijo, se ha recurrido a observar el comportamiento de los niños al ser separados de ella a una edad en la que todavía existe esa ansiedad de separación de la que antes hablamos.


La forma de reaccionar ante la separación puede ser diferente según el niño: algunos lloran y se agarran a sus padres; otros se "retiran del mundo" hasta que sus padres vuelven; otros protestan y se enfadan. Aunque en ese momento este comportamiento pueda resultar molesto, a esta edad es una prueba de que el proceso de vinculación ha sido adecuado.

I: El vínculo afectivo

A la hora de entablar una relación afectiva las personas se comportan de modos muy distintos. Algunos se muestran desconfiados, evasivos o ansiosos mientras que otros no tienen ningún miedo a abrirse a los demás. Unos parecen esperar el rechazo y otros la aceptación. Pero, ¿qué hace que seamos tan diferentes? ¿Somos igual de seguros o inseguros en la infancia y en la edad adulta? ¿Hemos tenido que aprender a amar?

El amor es un tema que ha dado muchos quebraderos de cabeza, tanto a quienes lo viven como a quienes tratan de investigarlo. Los psicólogos han estudiado esos lazos de amor que nos mantienen unidos a otra persona y le han dado el nombre de vinculación afectiva o apego. Se define como una relación afectuosa, recíproca, activa y fuerte entre dos personas. Son relaciones que proporcionan sentimientos de seguridad y cuando una persona se ve privada de ellas se siente sola o inquieta. Es decir, echamos de menos a la persona a quien amamos (llamada en psicología figura de apego). Esto es algo que no ocurre con otro tipo de relaciones cuya finalidad es proporcionarnos guía, compañía, diversión, oportunidad de compartir intereses comunes, intercambiar opiniones o sentirse necesitado, etc.

Empezando a amar

La formación de la relación afectiva depende tanto de la madre (o principal cuidador) como del hijo, de manera que ambos están contribuyendo en mayor o menor medida a su desarrollo y mantenimiento. Durante los primeros meses de vida casi cualquier conducta del niño puede promover afecto y ternura en la madre: lloran, sonríen, miran a los ojos, emiten sonidos o balbucean, etc. Este comportamiento empuja a la madre a acercarse y responder a sus necesidades, de forma que el niño se da cuenta de que cuando llora alguien está ahí para consolarlo, darle cariño y alimentarlo.